Controversia en torno a los valores mínimos de hipertensión
El año pasado comentaba en estas páginas que diversos estudios sugerían la conveniencia de bajar los niveles mínimos a partir de los cuales se puede diagnosticar la hipertensión. En la actualidad, se considera que un paciente muestra la primera fase de la enfermedad si de manera consistente muestra valores superiores a 140 y 90 mm de Hg en medida ambulatoria. Sin embargo, los estudios citados en aquel momento mostraban que estos valores son aún muy altos.
El pasado mes de Noviembre, la Sociedad Médica Americana publicó las nuevas guías diagnósticas sobre este asunto, estableciendo el objetivo de que los pacientes deben alcanzar una medida estable de 130/80. De inmediato ha surgido la controversia a ambos lados del Atlántico. Mientras que en Estados Unidos parece que las nuevas directrices se han acogido como una medida para mejorar la prevención, aquí no faltan quienes las critican de precipitadas o alarmistas, pidiendo más y mejores estudios para confirmar estas medidas.
Resulta curioso que el argumento para mostrar esa reticencia sea el temor a una «sobrecarga asistencial», es decir un incremento del número de pacientes que habría que tratar. Si esto se traduce en un riesgo por el aumento del gasto sanitario, es una conclusión peligrosa, ya que nos presenta una simple operación de contabilidad como único argumento para valorar una directriz de salud pública. Si fuera así, habría que recordar que si bien el coste en medicamentos puede aumentar, la pérdida de vidas por fallecimiento prematuro es aún más cara.
Personalmente, el único aspecto que tendría en cuenta a la hora de aplicar las referencias americanas en nuestro país reside en las diferencias de hábitos alimenticios, ya que hay una gran diferencia entre la dieta mediterránea y la americana. Pero claro, esto ERA cierto cuando nuestras madres cocinaban en casa y no estaban acomplejadas por obligarnos a comer verduras. Con la nueva ola de corrección política, que reniega de cualquier tipo de disciplina en los niños, y unos hábitos sociales que encumbran la pizza y la hamburguesa como las opciones de restauración preferidas, no sé si sigue siendo cierto eso de que aquí se come mejor.
Más información: The State Journal Register.