Mi amigo el pulsómetro

No parece formar parte del equipamiento básico de entrenamiento, pero considero que se trata de una herramienta fundamental para estar más tranquilo y controlar la evolución del entrenamiento.

Cuando he planificado mi entrenamiento, no sólo ahora sino en otras etapas anteriores, siempre me ha parecido un poco arbitrario el método para fijar el ritmo de carrera en la cinta sin fin o en la bicicleta estática. ¿Cuántos kilómetros por hora pongo en la cinta? ¿Qué resistencia le pongo a la bici?

Vaya por delante que mi primer criterio para establecer estas cosas es el sufrimiento de las rodillas y caderas. Por mucho que me pique ver a todo el mundo pegarse unas carreras de narices en el gimnasio, tengo muy claro que nunca haré nada que pueda provocarme la más mínima lesión de rodilla. Por este motivo, hasta que no baje 20 kilos quedan excluido cualquier tipo de trote de mi entrenamiento. Aún así ¿cuál es la velocidad que debo mantener? Pues mira, ahí tampoco sigo el dogma y yo me guío más por el ritmo cardíaco. Me explicaré.

El ritmo cardíaco es un indicador del esfuerzo que debe hacer el corazón para suministrar recursos a todo el cuerpo, mediante el transporte de sangre. En el entrenamiento deportivo, que es lo que nos interesa, esto incluye un montón de cosas como glucosa y (sobre todo) oxígeno. Pero medir la concentración de glucosa u oxígeno en sangre es algo bastante complicado, por lo que es necesario encontrar indicadores indirectos que nos digan qué está ocurriendo.

Por suerte, existe una relación casi lineal entre el consumo de oxígeno y el ritmo cardíaco; los dos aumentan en la misma proporción y el primero arrastra al segundo. Muy simplificado: nos sube el pulso porque el cuerpo necesita más aire. Por eso medir el ritmo es muy importante en el entrenamiento deportivo.

Otro dato interesante es que, con el ejercicio, aumenta la eficacia de la difusión de oxígeno. Una persona en buena forma necesita menos pulsaciones por minuto para distribuir la misma cantidad de oxígeno a sus células, por lo que una disminución progresiva del ritmo es un indicador de que nuestro estado de forma va mejorando.

Y lo mejor de todo es que un pulso más bajo supone menos esfuerzo para el corazón, que sufre menos, y una menor subida de tensión durante el ejercicio. Porque recordemos que el corazón es una bomba que mete un líquido a presión, la sangre, en un sistema de canalizaciones. A mayor velocidad, mayor presión, de forma que en personas normales puede ser normal que la presión sistólica (la alta) suba a valores de 200 o 230. Imaginemos lo que nos puede pasar a los hipertensos.

Es fundamental que el ejercicio, algo que debería ayudarnos a mejorar nuestro estado de salud, no nos mate por el camino y evitar que nos dé un ataque en medio de una sesión de cinta. Por eso lo que yo hago es poner un límite de pulsaciones por minuto, no de velocidad, durante la carrera.

En otro artículo explicaré un método para calcular la frecuencia cardíaca de referencia. Por el momento, asumimos que se ha hecho este cálculo y nos sale «140». Hay que procurar que el pulso no suba de esa cifra y que, si ocurre, podamos detectarlo y controlar la situación. En este momento es cuando entra en escena el pulsómetro, un aparato con aspecto de reloj de pulsera, que sirve para medir los latidos de nuestro corazón y uno de los primero elementos que yo metería en el equipamiento deportivo.

Cuando me puse a buscar uno para mí me encontré con muy poca información y catálogos bastante confusos. El principal problema reside en que se trata de un aparato muy simple en su concepción, por lo que los fabricantes deben añadirle un montón de florituras que hagan más atractivo «su» modelo que el de los demás. Claro, eso complica la elección un montón si nos dejamos arrastrar.

Hay modelos de lo más diverso: con brújula, con GPS, con podómetro, con cálculo de distancias, con volcado de datos al PC, con codificación de la señal de radio (¿Señal de radio? Sí, hijo sí.) Sólo falta que saquen alguna sandez como pulsómetro con conexión a Twitter. Y seguro que alguien lo ha pensado.

El truco para simplificar la elección es recordar para qué lo queremos: para controlar que no se dispare nuestro ritmo cardíaco. Si acudes a alguna tienda de deportes o, peor, un foro (como hice yo) y cometes el error de preguntar (como hice yo) lo más probable es que el dependiente te meta en una discusión bizantina sobre si lo quieres para natación, trekking, ciclismo indoor o competiciones de sardana. Chorradas: lo quiero para que no me dé un pasmo en el gimnasio. Más adelante, cuando hayamos cumplido nuestros objetivos, ya hablaremos de otros modelos y aspiraciones, pero de forma coherente.

Como en la elección de teléfono móvil, que debería servir para teclear números y establecer llamadas y sólo cuando queremos que tenga televisión por satélite se complican las cosas, el pulsómetro sólo tiene que medir el pulso. Fácil ¿verdad? Nos acabamos de quitar de en medio el 95% de los catálogos comerciales y hemos reducido las opciones a modelos de menos de 40€. En este proyecto, o para cualquiera que se inicia en la actividad deportiva, lo que necesitamos no es una herramienta especializada en cierta disciplina deportiva con carcasa de fibra de carbono, sino un aparato sencillo y fiable para hacer entrenar con cabeza.

La única función que me ha parecido interesante es la codificación del sensor. Un pulsómetro consta en realidad de dos componentes: un sensor, con forma de banda elástica que se coloca en el pecho, y el receptor, con forma de reloj de pulsera. Ambos aparatos se comunican por radiofrecuencia, por lo que no tienen que estar conectados con un cable y es más cómodo utilizarlos. El problema, como con los teléfonos inalámbricos en casa, es que si el vecino tiene un modelo igual que el nuestro es muy posible que las señales se mezclen y que el receptor muestre la medición de nuestro compañero de fatigas. Claro, resulta chocante estar parado y que el pulsómetro diga que estás a 170 ppm.

En mi caso, como suelo ir al gimnasio cuando no hay nadie y casi todo el entrenamiento de cardio lo hago en pistas forestales y senderos, no me hace ninguna falta. Pero si vas a pasar la mayor parte del tiempo en un sitio concurrido, como una pista de atletismo o un gimnasio, puede ser muy útil esta función, que subirá el precio un poco.

El modelo que yo me compré es el Geonaute ONrhythm 100, que cuesta 19’95€, da la hora, tiene cronómetro y es muy discreto. Además, me llevé la grata sorpresa de ver que muchas cintas de correr tienen receptores para este tipo de aparatos, de forma que puedo ver mi pulso en la pantalla de la cinta sin necesidad de variar mi ritmo de braceo, o de sujetar los contactos metálicos de las barandillas.

Si has elegido otro y te va bien, compártelo para que vayamos conociendo opciones.

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