El chasquido articular nunca es bueno

Es una de las manías más extendidas entre los deportistas, sin que importe mucho si se trata de aficionados al spinning, las artes marciales o el ajedrez. No tiene que ver tanto con la fuerza asociada al ejercicio que se desarrolla, sino con una mala cultura de la práctica deportiva y de los hábitos de entrenamiento.

El chasquido articular más conocido es el de los nudillos, ese que vemos hacer a muchos estudiantes de cualquier edad, innumerables aficionados a las películas de artes marciales, algunos gurús de las terapias alternativas y demasiados deportistas. Quizás porque ese ruido seco se asocia a las películas de acción, en el momento en que el «prota» responde a la provocación del malo de turno y aprieta los dedos en un sonido que debería sonar como una amenaza. Muchos lo consideran algo normal y deseable, como un reflejo de la gran fuerza muscular que pueden desarrollar.

Lo cierto es que el chasquido articular, cuyo nombre correcto es «cavitación sinovial», es el síntoma más directo de un mal esquema motriz y una importante des-coordinación muscular, que llega a provocar tanta tensión en las articulaciones que sólo se puede liberar de esa forma. Más que un problema, debemos tomarlo como una alarma natural, como lo puede ser la fiebre o el dolor, de que algo no funciona bien y que debemos corregir nuestros movimientos. Para los obesos y principiantes, así como para entrenadores profesionales, puede llegar a convertirse en una herramienta de trabajo importante si se comprende.

El chasquido articular es consecuencia del estallido de una burbuja de gas en el interior de la bolsa sinovial. Para los que no recuerden muy bien este detalle, todas las articulaciones cuentan con una especie de bolsa acolchada entre los huesos, rellena de un líquido lubricante llamado «sinovia», que sirve para evitar el rozamiento y mejorar la movilidad. Es una auténtica proeza de la evolución que nos ha equipado de articulaciones auto-lubricadas y sin mantenimiento para toda nuestra vida.

En casi todas las articulaciones existe un cierto juego entre los músculos agonistas y antagonistas de su movimiento; es decir, entre los que tiran en una y otra dirección. Cuando este juego muscular no se realiza bien o cuando la articulación se fuerza en una dirección ligeramente distinta a la natural, se produce un «salto» brusco entre los huesos que forman el conjunto articular. Una especie de martillazo que coloca las cosas en su sitio y que descarga toda su potencia en la bolsa.

En menos de un segundo se producen dos fenómenos opuestos en su naturaleza y efectos. En primer lugar, los huesos se separan levemente, estirando la bolsa sinovial y produciendo una pequeña bajada de presión, que forma burbujas de gas. Es el mismo proceso que ocurre cuando abrimos una botella o una lata de refrescos con gas, en donde se reduce la presión del líquido y el gas contenido en él se libera en forma de burbujas, a veces con gran violencia. En una segunda fase, los huesos recuperan su posición normal y descargan la presión sobre la bolsa, ocasionando el estallido de las burbujas de aire.

Este fenómeno fue estudiado con detalle hace unos 40 años por Unsworth, Dowson y Wright en un estudio que se cita a menudo porque describe a la perfección la fisiología de la cavitación sinovial. Es increíble, por tanto, que a pesar de que hace más de 4 décadas que se conoce el mecanismo y sus efectos, siga habiendo entrenadores y pseudo-terapeutas que lo fomenten, así como enteradillos de blog que siguen afirmando que esto es una trola o un mito urbano.

Volvamos a nuestra burbuja de aire y, como si tuviéramos una cámara de vídeo de alta velocidad, veamos lo que pasa a su alrededor. En milésimas de segundo la presión baja tanto que la burbuja no puede existir y «se cae sobre sí misma»; es decir, explota. Lo hace con una especie de implosión hacia el centro que genera una fortísima onda de choque. Esta onde de choque rebota y se expande hacia el exterior, desplazándose por la sinovia a gran velocidad, hasta que tropieza con la pared interior de la bolsa.

20151224-bolsa-sinovialLa pared, formada por en sus distintas secciones por cartílago articular y la membrana sinovial se lleva el primer tortazo, absorbiendo una parte importante de la energía cinética de la onda de choque, que puede producir micro-roturas. Pero la onda sigue su camino. Atraviesa (dependiendo de la articulación) tendones, tejido muscular, grasa, piel y, cuando llega al exterior, se convierte en una onda sónica capaz de producir un «crack» perfectamente audible a varios metros de distancia. Así que la explosión no es ninguna tontería y lo que nos llega es lo que queda después de haber atravesado lo que hay dentro del cuerpo.

No hay muchos estudios clínicos sobre los efectos fisiológicos de la cavitación, pero parecen indicar que el castigo continuado produce un debilitamiento de la articulación. Además, tenemos mucha experiencia con los efectos de la cavitación en general. El mismo proceso que genera los chasquidos es el que hace que se forme la espuma al paso de los barcos, debido a que el paso de la hélice genera una bajada de presión en el borde de la hoja, que genera todas esas burbujas. Para que nos hagamos una idea de su importancia, los barcos suelen tener un límite de revoluciones en el paso de hélice para evitar que la cavitación los haga temblar, algo que los constructores de barcos militares han estudiado en detalle, ya que el ruido delata su posición. Hace falta MUCHA fuerza para mover una submarino o una fragata. De hecho, las hélices tienen que diseñarse de acuerdo a ciertos principios y materiales, pues de lo contrario la cavitación quiebra el metal.

Lo peor es que algunas pseudo-terapias, como la osteopatía y el masaje energético o tántrico, buscan de forma activa el chasquido en la manipulación de todas las articulaciones, incluidas las del cuello y espalda. Que en el curso de una manipulación terapéutica puedan producirse algunos chasquidos como consecuencia del correcto alineamiento de las articulaciones es una cosa, algo que se hace todos los días en los servicios de urgencias cada vez que se le coloca a alguien un hueso fuera de su sitio. Pero de ahí a convertir la consecuencia de un mal movimiento en algo «deseable» hay un abismo.

Lo que está claro es que la depresión se produce cuando el movimiento articular se realiza mal. Si el entrenador, el terapeuta o el mismo deportista lo usan como un aviso de que han localizado un problema, puede ser algo positivo. Es como el dolor que nos entra cuando nos quemamos o cortamos. El dolor es una defensa evolutiva para que nos apartemos de aquello que nos hace daño. De la misma forma, si cuando estoy haciendo un movimiento en el gimnasio escucho una articulación chasquear, debo considerarlo un aviso de mi cuerpo de que hay algo que no estoy haciendo bien.

Lo correcto en ese momento es frenar, analizar el movimiento y tratar de detectar qué es lo que hacemos mal. Puede ser un ligero giro que hacemos al levantar la pierna o un mal levantamiento del hombro. Si podemos contar con la asistencia de un entrenador que nos observe, mejor.

En el caso de los obesos, como yo mismo, este mecanismo de alarma puede ser inestimable, ya que nos avisa de qué articulaciones están sufriendo más en el desarrollo del ejercicio. A mí, por ejemplo, me pasa a veces en los tobillos cuando subo escaleras, lo que hace que me detenga y haga el movimiento más despacio, hasta que consigo eliminarlo.

Cuidado, porque tras la cavitación hay menos posibilidades de que se produzca de nuevo el chasquido debido a la variación de disolución de gases en la sinovia. Es posible hacer mal un movimiento y no provocar la cavitación. Lo ideal es entrenar de una forma sosegada y con poca carga durante varios días seguidos hasta que controlemos el movimiento. Ese entrenamiento «pausado» nos ayudará a educar nuestro cerebro en la coordinación de los grupos musculares, en la creación del «esquema motriz» de movimiento. Cuando lo hayamos alcanzado, podremos aumentar la velocidad y carga con mucho menos riesgo.

Terminamos, por tanto, con la convicción de que la próxima vez que veamos a alguien chascar los nudillos o el cuello de forma continua estamos ante alguien con poca formación en biomecánica y fisiología del deporte. Lo mejor es tratar de hablar y explicarle las cosas. Hay buenos, aunque pocos, artículos por Internet y en prensa especializada, pero se pueden encontrar. Si se trata de alguien serio no rechazará la oportunidad de mejorar.

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